brotó de la tierra árida una vez un pequeño girasol cuya vida iba a ser diferente a la de los demás girasoles del mundo.
brotó de la tierra árida, en una mañana de sol radiante, de sol puro, directo, de pleno sol blanco, y al encarar su minúscula cabecita hacia aquella pálida luz que, por naturaleza, por destino, debía alimentarlo, darle vida, notó que no podía abrir los ojos, que esa luz tan fuerte lo deslumbraba, así que, poco a poco, con movimientos aún de bebé, se giró, con los ojitos cerrados, cara al suelo.
En medio de miles, millones de girasoles de todo el mundo que miraban al sol, y se nutrían de él, complacidos y satisfechos, en medio de todos ellos, estaba él, cara al suelo con los ojitos cerrados, apretándolos fuerte para que no volviera a hacerle daño esa luz que lo había deslumbrado nada más brotar, nada más nacer.
fue creciendo, y poco a poco fue dándose cuenta de que no siempre estaba el sol allá arriba, que había unos ratitos en los que los demás girasoles se ponían a dormir, en los que el cielo cambiaba a un color más oscuro, y en los que ese sol de allá arriba se marchaba, y dejaba paso a otra luz más tenue, más dulce, a la luz de la luna.
fue dándose cuenta, poco a poco, que en esos ratitos no le dolía abrir los ojos, podía mirar al cielo sin deslumbrarse, en paz. Y notó que esa luz que no era la luz del sol, esa luz del cielo oscuro, era muy suave, notó que le acariciaba la cara, le daba aire, y se le metía muy dentro, y lo llenaba de placer, y de vida.
Así, durante las horas de sol, él permanecía de cara al suelo, vigilando, con un ojito entreabierto, su propia sombra: había aprendido que cuando ésta desaparecía, era porque el sol también se había marchado; y entonces él podía ya girarse y asomarse al cielo nocturno, abrir sus ojos y dejar que la luna se reflejara en ellos [ lo que a ella más le gusta, reflejarse en los ojos de otros ], y respirar fuerte por todas partes, hasta por los mismos ojos, para que entrara muchísimo aire de destellos de luna.
y cada noche, entre miles, millones de girasoles dormidos y cabizbajos, allí estaba él, abierto de par en par, asomado a la noche, con una sonrisita de satisfacción
dejándose mimar por la luz de la luna.